sexta-feira, 21 de agosto de 2009

artigo: Travestis: una identidad política

Travestis: una identidad política[1]

Lohana Berkins
Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (ALITT)


1. Cómo nos decimos: las travestis en Latinoamérica

En esta ocasión me voy a referir a las condiciones de vida, movilización política y demandas de las travestis[2] latinoamericanas, con especial énfasis a la situación en Argentina.
Deseo que mi intervención contribuya a la construcción de la memoria del travestismo latinoamericano. Creo que las travestis tenemos una historia para contar y para hacer. Es decir, experiencias en primera persona para contraponer a los discursos que han circulado sobre nosotras.
A partir de la última década del siglo XX el travestismo ha concentrado la atención de la opinión pública latinoamericana. Me refiero a que el travestismo irrumpió en el espacio público de la mano de discursos biomédicos, policiales, sociológicos, jurídicos, políticos y periodísticos que funcionaron como disparadores en algunas ocasiones para discutir y en otras oportunidades para reforzar las dinámicas desigualadoras relacionadas con la identidad de género, la sexualidad, la raza, la clase social, la etnia, la religión, la edad, la ideología en diferentes contextos. De modo que cuando pensamos en el travestismo latinoamericano pensamos en un fenómeno complejo y dinámico y nos referimos a sujetas atravesadas por relaciones de privilegio y opresión propias de cada sociedad y de cada momento histórico particular.

Las y los médicos y las y los psicoanalistas han definido a las travestis como hombres que se visten con ropas correspondientes a las mujeres. Nosotras resistimos esta definición que no da cuenta del modo en que nosotras nos pensamos y las maneras en que vivimos.

En la década de 1990, cuando las travestis comenzamos a alzar nuestra voz en público y a organizarnos[3], decidimos que una de las primeras cuestiones en las que teníamos que concentrar nuestros esfuerzos colectivos era en resignificar el término travesti, que hasta el momento tenía connotaciones negativas para las y los otros y para nosotras mismas. El término travesti ha sido y sigue siendo utilizado como sinónimo de sidosa, ladrona, escandalosa, infectada, marginal. Nosotras decidimos darle nuevos sentidos a la palabra travesti y vincularla con la lucha, la resistencia, la dignidad y la felicidad.

De manera que las travestis nos esforzamos por articular los sentidos políticos de la palabra travesti, que designa a unas sujetas, nosotras, que nos enfrentamos en diferentes momentos y espacios a unas y unos adversarios, las y los fundamentalistas, las y los autoritarios, las y los explotadores, las y los defensores del patriarcado y de la heteronormatividad. Como nuestra comprensión de la identidad travesti cuestiona la noción de identidades como límites, las presentes reflexiones no pretenden invalidar otras experiencias subjetivas y relacionales, otras formas alternativas de vivir y entender el travestismo.

Las travestis somos personas que construimos nuestra identidad cuestionando los sentidos que otorga la cultura dominante a la genitalidad. La sociedad hace lecturas de los genitales de las personas y a estas lecturas le siguen expectativas acerca de la identidad, las habilidades, la posición social, la sexualidad y la moral de cada persona. Se considera que a un cuerpo con un pene seguirá una subjetividad masculina y a un cuerpo con una vagina seguirá una subjetividad femenina. El travestismo irrumpe en esta lógica binaria que es hegemónica en las sociedades occidentales y que oprime a quienes se resisten a ser subsumidas y subsumidos en las categorías “varón” y “mujer”.

Por supuesto, las travestis estamos atravesadas por contradicciones, paradojas y tensiones, tal como sucede con todos los sujetos sociales. Así, aunque algunas de nuestras prácticas contribuyen a desestabilizar la lógica binaria de sexo-género, al construirnos en femenino con frecuencia recurrimos a valores y símbolos culturales que reproducen a la feminidad y a las mujeres concretas como subordinadas.

Sin embargo, discutimos el argumento formulado por algunos feminismos que desvalorizan al travestismo sosteniendo que reproduce estereotipos sobre las mujeres y que refuerza la feminidad tradicional. En primer lugar, si bien es cierto que la construcción de las subjetividades y corporalidades travestis recurre a normas y emblemas ligados a la feminidad hegemónica (¡porque no vivimos en una cápsula de vacío!), a través de este proceso esas reglas y atributos son resignificados y desequilibrados (Butler, 1990). En segundo lugar, consideramos que no hay sujetas ni sujetos que estén obligados a cargar sobre sus espaldas el deber ineludible de subvertir las normas de género. Creemos que esta es una lucha política que se elige y muchas travestis ya nos encontramos librando esta batalla por convicción feminista.

La desestabilización de la oposición y complementariedad entre lo masculino y lo femenino y de los vínculos históricamente construidos entre biología y subjetividad operada por la lucha de las travestis para ser reconocidas como sujetas es sancionada a diario. Considero que un análisis del travestismo necesariamente debe considerar la criminalización de la identidad travesti y las consecuencias en la vida cotidiana y en la subjetividad de las compañeras travestis. Por un lado, el Estado es el principal violador de los derechos de las travestis, por acción u omisión. Por otro lado, la desvalorización social se expresa a través de los insultos y estereotipos, que sistemáticamente remiten a las travestis a un supuesto origen biológico masculino e impugnan nuestras posibilidades de existir en nuestros propios términos.

2. Las travestis en Latinoamérica: cómo vivimos

Nosotras sostenemos la identidad travesti no sólo recurriendo al regionalismo lingüístico, sino a circunstancias y características que hacen del travestismo un fenómeno diferente de la transgeneridad norteamericana y europea.

En primer lugar, las travestis vivimos circunstancias diferentes respecto de las que atraviesan muchas transgéneros de otros países, quienes a menudo recurren a cirugías de reasignación de sexo y tienen como objetivo reacomodarse en la lógica binaria como mujeres o varones. Gran parte de las travestis latinoamericanas reivindicamos la opción de ocupar una posición fuera del binarismo y es nuestro objetivo desestabilizar las categorías varón y mujer.

En segundo lugar, la palabra transgeneridad se originó a partir de trabajos teóricos desarrollados en el marco de la academia estadounidense. En contraste, como mencioné anteriormente, el término travesti en Latinoamérica proviene de la medicina y ha sido apropiado, reelaborado y encarnado por las propias travestis para llamarse a sí mismas. Éste es el término en el que nos reconocemos y que elegimos para construirnos como sujetas de derecho.

Este proceso de apropiación del travestismo como lugar desde el cual alzar nuestras voces y plantear nuestras demandas constituye una lucha política. Este devenir, que incluyó momentos de tensión con la academia y con otros movimientos sociales y políticos, nos permitió proponer comprensiones alternativas del travestismo como identidad encarnada, que trasciende las políticas de la corporalidad binaria y de la lógica sexo-genérica dicotómica.
Aquí, en Latinoamérica, el travestismo se construyó un espacio propio a través de la movilización política y de la discusión con otros sujetos subordinados. Nos reconocemos por fuera de cualquier disciplina teórica que se arrogue la facultad de definirnos sin reconocer nuestra agencia y nuestro poder como sujetas en el marco de los condicionamientos sociales que nos han afectado históricamente.

Para seguir desarrollando los contrastes que encuentro entre las experiencias transgéneros de otras regiones y las particularidades del travestismo en Latinoamérica quisiera señalar a continuación algunas cuestiones ineludibles para la comprensión contextualizada de los recursos culturales y políticos con los que contamos las travestis en esta región.

Tal como señala Josefina Fernández (2004: 198), no es posible escindir la construcción de la identidad de las condiciones de existencia de las travestis en nuestras sociedades. Estas condiciones de existencia están marcadas por la exclusión de las travestis del sistema educativo formal y del mercado de trabajo. En este tipo de escenarios, la prostitución constituye la única fuente de ingresos, la estrategia de supervivencia más extendida y uno de los escasísimos espacios de reconocimiento de la identidad travesti como una posibilidad de ser en el mundo.
En una investigación realizada en el año 2005, en el curso de la cual consultamos a 302 compañeras travestis residentes en la ciudad de Buenos Aires, el Conurbano Bonaerense y la ciudad de Mar del Plata, encontramos que “el ejercicio de la prostitución callejera es la más importante fuente de ingresos para el 79.1% de las compañeras encuestadas. Aquellas compañeras que reportan otros trabajos también se encuentran en el mercado informal, sin reconocimiento alguno de derechos laborales, en ocupaciones de baja calificación y remuneración (Gutiérrez, 2005: 78).

La asociación entre travestismo y prostitución constituye una de las representaciones del sentido común más difundidas en las sociedades latinoamericanas y en la sociedad argentina en particular. En algunos discursos sociales la prostitución aparece como una elección de las personas travestis. Sin embargo, la exclusión del mercado laboral que afecta a travestis y transexuales impide plantear el asunto en términos de decisiones libres.

Uno de los elementos necesarios para comprender el recurso a la prostitución como salida casi exclusiva para asegurarse el sustento es la expulsión de las travestis del sistema educativo. Las circunstancias hostiles que marcan la experiencia de escolarización de la mayoría de las niñas y adolescentes travestis condicionan severamente las posibilidades de estas sujetas en términos de inclusión social y de acceso a un empleo de calidad en la adultez.

La investigación anteriormente mencionada refiere a la escuela como un espacio expulsivo para las travestis: “la mayoría de las travestis/transexuales ha sufrido algún tipo de violencia (91,4% de las encuestadas), la escuela ocupa el tercer puesto –después de la comisaría y la calle- en la lista de lugares en los cuales ellas han recibido agresiones” (Hiller, 2005: 98).

Una cuestión adicional que merece ser analizada es que en Latinoamérica y en nuestro país el travestismo es asumido en edades tempranas. Esta situación en el marco de una sociedad que criminaliza la identidad travesti conlleva con mucha frecuencia la pérdida del hogar, de los vínculos familiares y la marginación de la escuela. Ocurre que las niñas travestis ven interrumpida su infancia y se encuentran obligadas a vivir en un mundo de adultas y adultos con quienes deben negociar los términos de su subsistencia de diversas maneras (me refiero aquí tanto a la convivencia con travestis adultas como a las relaciones con los clientes).

En los recorridos vitales de muchas travestis encontramos a menudo que el reconocerse travestis ha implicado la experiencia del desarraigo. Las travestis adolescentes y jóvenes se ven forzadas a abandonar sus pueblos, sus ciudades, sus provincias y, en muchos casos, sus países con el objeto de buscar entornos menos hostiles, el anonimato de la gran ciudad que les permite fortalecer su subjetividad y otros vínculos sociales que las reconozcan y también un mercado de prostitución más próspero que el del pueblo o la ciudad de crianza.

Además, es en las grandes ciudades donde las travestis encuentran más oportunidades y recursos para intervenir sus cuerpos, aunque en general en contextos riesgosos e ilegales. Según los datos de la investigación que realizamos en el año 2005, “el 87.7% del total de las entrevistadas ha modificado su cuerpo. Entre ellas, el 82.2% se inyectó siliconas, el 66.3% realizó tratamientos hormonales y el 31.8% se implantó prótesis. La mayoría se realizó más de una modificación” (Gutiérrez, 2005: 80).

En lo referente a los ámbitos en los que estas intervenciones sobre el cuerpo tienen lugar el dato más significativo es la situación de vulnerabilidad: “El 97.7% de las que se inyectaron siliconas y el 92.9% de las que realizaron un tratamiento hormonal señalan que estas intervenciones se realizaron en un domicilio particular. En el caso del implante de prótesis el 35.7% refiere que concurrió a un consultorio particular y el 59.5% a una clínica privada. En estos casos, con mucha frecuencia, no existen condiciones adecuadas de asepsia, no hay internación ni control posterior de la intervención y tampoco se obtiene un recibo por el pago” (Gutiérrez, 2005: 81).

Entre las circunstancias que nos hablan tanto del contexto político y social como de algunos lugares comunes que transitamos las travestis latinoamericanas quisiera referirme especialmente a la experiencia de la muerte. En particular, a la pérdida de amigas y conocidas repetida una y mil veces. En Berkins y Fernández (2005: 12) se menciona que en una investigación que consultó a 302 travestis se relevaron 420 nombres de travestis fallecidas en los cinco años anteriores. Aproximadamente el 70% de estas travestis fallecidas tenía entre 22 y 41 años.
Estos datos nos ayudan a aproximarnos a dos cuestiones. La primera cuestión es que, a diferencia de los grupos privilegiados, para las travestis la muerte no tiene nada de extraordinario sino que es una experiencia cotidiana. La segunda cuestión es la expectativa de vivir pocos años que acompaña a la mayoría de las travestis (una perspectiva muy ajustada a la realidad, por cierto). Ocurre que faltan generaciones de travestis mayores de treinta años y que las jóvenes no conocen travestis adultas que les ayuden a entrever un momento más allá del presente inmediato y una dimensión que trascienda la individualidad.

La pérdida masiva de compañeras travestis interviene en la falta de un relato colectivo, de una memoria comunitaria que nos permita proyectarnos al futuro, afectándonos a cada una y a todas a la vez.

3. Sobre códigos contravencionales, edictos policiales, códigos de faltas y el espacio público (para algunas y algunos pocos)

Para terminar quisiera ocuparme de un aspecto adicional de la criminalización de la identidad travesti que ha sido motivo de conflictos políticos en Argentina en los últimos años. Me refiero al control de algunas poblaciones, entre ellas la travesti, que efectúa el Estado a través de edictos policiales, códigos contravencionales, códigos de faltas, todas éstas regulaciones inconstitucionales que sirven para la persecución policial de grupos sociales específicos. A través de estas regulaciones el Estado restringe el acceso al espacio público de varios grupos sociales – travestis y mujeres en situación de prostitución, cartoneras y cartoneros, piqueteras y piqueteros, vendedoras y vendedores ambulantes.

De este modo, se restringe nuestra permanencia y circulación por la vía pública y, en el caso de las travestis, esta limitación de lo público es especialmente grave porque la calle es uno de los pocos recursos con los que contamos como colectivo. No hemos tenido acceso a la educación, ni al mercado de trabajo, ni a la vivienda propia de manera que la calle es un ámbito muy relevante en nuestra vida cotidiana.

Hay un aspecto de esta pretensión de expulsar a ciertos sujetos del espacio público que no ha sido muy discutido y que me gustaría mencionar. Es el papel de la calle como escenario de la construcción de identidades. Es en este ámbito donde aprendemos a ser y donde nos desarrollamos como travestis, mujeres en prostitución, cartoneras y cartoneros, piqueteras y piqueteros, vendedoras y vendedores ambulantes. También la calle es el terreno en el que nos vinculamos con otras y otros, tejemos nuestras alianzas y nos movilizamos políticamente.
Detrás de todas las tensiones que causa nuestra presencia en el espacio de la ciudad hay un debate en curso acerca de quiénes son las y los legítimos habitantes del espacio público.
Considero que detrás de los esfuerzos permanentes de regular prácticas que tienen lugar en el espacio público – tal es el caso tanto de la prostitución, como de la venta ambulante y de las manifestaciones políticas- lo que podemos encontrar es un proceso de imposición de los valores morales propios de algunos grupos sociales a toda la sociedad. Esta universalización de puntos de vista particulares constituye una práctica autoritaria que resistimos y resistiremos.

Las travestis no pretendemos imponer nuestros valores y perspectivas sino que exigimos la libertad y las condiciones materiales para vivir vidas gratificantes y plenas de derecho. Para ser ciudadanas necesitamos gozar de las mismas libertades en el espacio público que disfrutan las personas que son consideradas respetables.
Porque nuestro deseo no es alcanzar la respetabilidad, sino demoler las jerarquías que ordenan a las identidades y a las y los sujetos reconociéndonos negras, putas, palestinas, revolucionarias, indígenas, gordas, presas, drogonas, exhibicionistas, piqueteras, villeras, lesbianas, mujeres y travas, que aunque no tengamos la capacidad de parir un hijo sí tenemos el coraje necesario para engendrar otra historia.


4. Bibliografía:

Berkins, Lohana (2003) “Un itinerario político del travestismo” en Maffía, Diana (comp.) Sexualidades Migrantes. Género y Transgénero. Buenos Aires: Feminaria Editora.
Berkins, Lohana y Fernández, Josefina (2005) La gesta del nombre propio: Informe sobre la situación de la comunidad travesti en la Argentina. Buenos Aires: Ed. Madres de Plaza de Mayo.
Butler, Judith (1990) Gender trouble. Feminism and the Subvertion of identity. New York: Routledge.
Fernández, Josefina (2004) Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género. Buenos Aires: Edhasa.
Gutiérrez, María Alicia (2005) “La imagen del cuerpo. Una aproximación a las representaciones y prácticas en el cuidado y la atención de la salud” en Berkins, Lohana y Fernández, Josefina (coords.) La gesta del nombre propio: Informe sobre la situación de la comunidad travesti en la Argentina. Buenos Aires: Ed. Madres de Plaza de Mayo.
Hiller, Renata (2005) “Los cuerpos de la universalidad. Educación y travestismo/transexualismo” en Berkins, Lohana y Fernández, Josefina (coords.) La gesta del nombre propio: Informe sobre la situación de la comunidad travesti en la Argentina. Buenos Aires: Ed. Madres de Plaza de Mayo.

5: Referencias:

1Trabajo preparado para ser presentado en el Panel Sexualidades contemporáneas en las VIII Jornadas Nacionales de Historia de las Mujeres/ III Congreso Iberoamericano de Estudios de Género DiferenciaDesigualdad. Construirnos en la diversidad, Villa Giardino, Córdoba, 25 al 28 de octubre de 2006.

2Por razones de espacio, no me ocuparé en este trabajo de las compañeras transexuales, quienes se ven afectadas por gran parte de las dinámicas excluyentes que nos afectan a las travestis y con quienes coincidimos en numerosas reivindicaciones. Sin embargo, la situación legal y social y las luchas de las transexuales presentan particularidades que no pueden ser subsumidas a las de las travestis.
3 Para un análisis de los principales momentos de la movilización de las travestis en la década de 1990 en Argentina, ver Berkins, Lohana (2003) “Un itinerario político del travestismo” en Maffía, D. (comp.) Sexualidades Migrantes. Género y Transgénero. Buenos Aires: Feminaria Editora y Fernández, Josefina (2004) Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género. Buenos Aires: Edhasa.

Recopilación:
Lic.Jorge Horacio Raíces Montero
Psicólogo Clínico
infopsicologia@ciudad.com.ar
http://www.egrupos.net/grupo/salud_mental
http://www.egrupos.net/grupo/infopsicologia

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